lunes, 11 de agosto de 2014

El "padrecito", los hechos y la palabra dada

Les voy a decir una cosa, a mi no me parece tan complicado, tan difícil de entender ni mucho menos inverosímil. Sabido es que España (con perdón) es la patria de la envidia, del mal meter, pero meter al fin y al cabo, y de las miradas como de soslayo, así como susurrando, como cuando llega el hijo del vecino, ése que lleva el pelo largo, que tiene afición desmedida a la flauta y que nunca se separa de su perro.

La verdad es que uno termina harto, cansado y aburrido de las cosas estas de la política y de las relaciones empresariales, que como las de la vida, "no tien fin ni principio ni tien cómo ni porqué". Miren, pónganse en lo peor, supongan que sus peores presagios van a ser ciertos, que lo mas surrealista, extraño, ridículo a ratos y bochornoso permanentemente, va a ser cotidiano. Se imaginan un grupo político que naciera diciendo "hay que acabar con la casta" y unas cuantas semanas después una destacada líder del susodicho partido se descolgase, como si tal cosa, con un "estamos condenados a entendernos y crear una mayoría política", así, a pelo y con dos cojones. 

Miren, la cosa consiste básicamente en que hay que despreciar, vilipendiar e incluso negar hasta las ultimísimas consecuencias aquello que uno está haciendo. Ni más ni menos. Lo que toda la vida usted y yo hemos conocido como tener más cara que espalda y menos vergüenza que el padre del catalanismo, al que, por motivos obvios relacionados con el tamaño, con permiso de Don Mario Moreno, llamaremos "padrecito". Pues bien, hay que hacer como "el padrecito" llevárselos crudos en plan generaciones y cuando me pillen, digo que es herencia de mi padre ante la atónita mirada de mi hermana. Todo ello, claro está, mientras al susodicho se le llena la boca cantando las alabanzas de la honestidad y de su noble causa.

Las cosas se están perdiendo tanto que en estos días tan revueltos, sería casi admisible, normal y hasta lógico, imaginar a una sociedad aclamando a un líder que prometió, juró y perjuró que nunca jamás vendería aquello que lidera y un puñado de semanas después se encontrase, entre vítores, cargando contra quien pone pegas a la venta. 

Empresarios mediocres, personajes abruptos, lamentables en general y golfillos de poca monta en particular, conviven y, cómo no, se asocian generando desastres y vergüenzas para las gentes de bien y las personas que tratan de sacar adelante sus negocios del mejor modo posible. 

Las cosas son como son, no somos capaces de aprender y nos embaucan una y otra vez. Caemos en la trampa de discursos atractivos, de consignas facilonas y de pamplinas del tipo " no pasarán" y combate en la calle y desde las barricadas. Políticos y líderes de toda índole tienen demasiado sencillo llegar e incluso quedarse en lo alto. Los que elegimos ya no exigimos, somos fácilmente conquistables, entramos al trapo siempre y no acostumbramos a medir las consecuencias. Todo da igual y nada importa. Últimamente podríamos caer en el error de pensar que ganan los malos, pero las garras del corto plazo no deben dejarnos sin el gusto de dormir tranquilos y por la mañana salir a la calle con la cabeza alta y mirando a los ojos. Señores, mírenme raro, señálenme, pero estos son mis principios y si no les gustan, les pueden ir dando, porque yo no tengo otros. ¡Cuanto lujo p'a diario!

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